
Nací en Buenos Aires y en primavera. Gracias a mi abuelo, asturiano y poeta, a los cuatro años me hice bailaora, y por un tiempo no dejé de florearme con unos tacones rojos y mis castañuelas españolas, muy bonitas y divertidas.
A mi abuelo le gustaba verme bailar y a mí, sentarme en sus rodillas, en el jardín del limonero, para escuchar sus relatos. Estoy segura de que fueron ellos los que dibujaron en mi cabeza esas historias que, ya de grande, pude hacerlas palabras, escribirlas; y, de verdad, esto me llena el corazón. Pero eso lo sé ahora, porque a veces lleva tiempo encontrar las cosas que nos hacen felices.
Mientras, me recibí de Licenciada en Ciencias de la Educación, hice teatro callejero y me casé con Alejandro, que es poeta. Les aseguro que es muy hermoso tener un poeta en casa, además de dos hijos artistas y una gata como Milonga.
Las obras que guardan el color de aquella infancia y la música de mis castañuelas son:
Florinda no tiene coronita, Sopa de estrellas, Carmela y Valentín, Mayonesa y bandoneón, y, por supuesto,
Nos vamos, nomás, nos vamos, dedicada a las bandas murgueras y a las rodillas sucias de todos los chicos que saben jugar en libertad.
Libros en Abran Cancha:
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Nos vamos, nomás, nos vamos: relato murguero

Mercedez Pérez Sabbi